Independiente o No? Vínculo entre Mamá y Bebé

Independiente o No? Vínculo entre Mamá y Bebé

La palabra vínculo encierra toda la historia de vida de una persona en relación con las demás.

                Las primeras experiencias vinculares –gestación e infancia- dejan huellas que se proyectarán en la vida de cada uno con singular fuerza. Cada ser humano lleva en sí una sucesión de experiencias vividas intensamente desde la concepción.

Hablar de vínculo desde el nacimiento sería negar todas las riquísimas experiencias previas de la madre y del hijo durante el embarazo, sus movimientos, las sensaciones, el verle a través de una ecografía… escuchar su corazón.

Cuando la mujer da a luz un hijo, su bebé ya la conoce, porque estuvo viviendo en su interior, reconoce su olor, sus ruidos, sus latidos, su calor, su voz.

Las dos primeras horas luego del nacimiento, son fundamentales porque se fija la impronta de la primera experiencia de ese vínculo que ahora es externo entre mamá y bebé. En ese momento, mamá y bebé actúan con gran lucidez en el “reconocimiento mutuo”, de ahí la importancia de amamantar al bebé apenas nace, inclusive prendado al cordón umbilical.

El bebé se va estimulando a través del olfato, el sonido externo de la voz de su mamá, el contacto cutáneo y la unión perfecta  entre su boca y el pezón de mamá.

Esta primera experiencia es la adecuada reproducción externa de esa íntima unión  biológica y psíquica que se venía gestando. El calor de los brazos de mamá, su olor, sus caricias, sus palabras cariñosas y la maravillosa bajada del calostro componen el momento trascendental  y único de la vida humana.

Al hablar de esta relación vincular a través de la lactancia no se trata de establecer comparaciones, es decir, qué es mejor o peor, ni mucho menos crear culpas en aquellas mamás que por diversas razones no pudieron amamantar  a su bebé, pero si se trata en cambio de hacer referencia a las características positivas a que ello conlleva.

La relación amorosa que se da es muy gratificante para ambos, el bebé estimula a su mamá despertando en ella sentimientos y respuestas inesperadas y por otro lado ocurre la estimulación  sensorial, afectiva y psicomotriz que la madre provee al niño cuando lo amamanta.

Durante mucho tiempo se ha pensado que la alimentación del recién nacido constituye la fuente primaria del apego. Después de todo es su primera experiencia en el mundo, y por cierto la más importante.

En la medida que mamá satisface esa necesidad en el bebé, este empezará a verla de forma positiva, lo cual originará el primer vínculo social del niño.

Los padres y las personas encargadas del cuidado del bebé también ofrecen afecto y un contacto placentero; le hablan, le toman en sus brazos y le sonríen. Todas estas acciones ayudad a desarrollar el apego.

El vínculo entre mamá y bebé crece lento en los primeros meses de vida. A los seis meses suele mostrar una obvia preferencia por su madre, sonriendo y emitiendo sonidos especiales al verla y llorando cuando se marcha. Estos son los momentos propicios en los que mamá puede repetir esos sonidos guturales que más tarde se transformarán en jerga y luego en palabras.

Aproximadamente a los siete meses empieza ese niño a mostrar un vínculo más profundo aún. Extiende lo brazos para que lo levante y gatea hacia el regazo de la  madre, abrazándola y convirtiéndose esta en el mejor de los estímulos.

El bebé empieza a manifestar recelo ante lo desconocido  reaccionando a veces  con llanto y sollozos incluso ante el gesto más amistoso de alguien que no conoce.

En opinión de los psicólogos, la ansiedad ante lo desconocido y la separación de la madre  conocida como: “Angustia del Octavo Mes”,  manifiesta que el niño está empezando a tener conciencia del mundo: sabe que su madre es una fuerza positiva y que en el exterior hay personas que pueden presentar un peligro para él.

Con el tiempo los niños aprenden que el mundo que está más allá del regazo de su madre, y que no es necesariamente amenazador ni peligroso. Con cautela exploran el ambiente gateando y luego se interesan más en investigar las cosas y las personas que la rodean.

Esta exploración es imprescindible para que el niño adquiera autonomía, es decir el sentido de independencia y confianza en sus capacidades y potencialidades. A primera vista la autonomía y el apego aparentan ser diametralmente opuestos, pero en realidad no son más que diferentes aspectos de una misma cosa.

Investigadores recientes revelan que cuanto más fuerte sea el vínculo entre la madre y el bebé, mayores posibilidades hay que el niño sea más autónomo.

Ello puede parecer paradójico pero lo entendemos si recordamos que un fuerte vínculo entre ambos produce un sentido de seguridad.

Los niños de un año que han tenido un apego seguro con su madre más adelante tienen trato más espontáneo con otros niños y muestran mayor interés y entusiasmo al afrontar nuevas tareas.

A los dos años de edad los niños empiezan a probar sus límites rechazando todo, al comer al vestirse, estos son los primeros intentos de independencia que están enmarcados en los límites y las restricciones impuestas por los padres.

Pero se trata de  un paso esencial en la obtención de un equilibrio entre dependencia y autonomía.

Así pues,  ese principio básico para el óptimo  desenvolvimiento de la vida del ser humano sólo se desarrolla con una adecuada y respetuosa relación de apego.